Puede decirse que lo que conocemos como corrales de barda son toda una reliquia arquitectónica, algo así como si pudiéramos ver a través de un túnel del tiempo como eran las viviendas de los hombres del Neolítico, hace unos 4.000 años.
En lo que conocemos como período Neolítico, el hombre dejó de ser un mero cazador-recolector, y habiendo domesticado algunos animales y aprendido a cultivar algunas plantas, ya puede plantearse permanecer largas temporadas en lugares concretos que pudieran ser propicios para la agricultura o el pastoreo, en lugar de seguir las grandes manadas de herbívoros en sus migraciones, que era fundamentalmente lo que habían estado haciendo durante todo el período del Paleolítico.
Evidentemente el estilo de vivienda de los hombres del Neolítico variaba en función de los materiales de construcción que tuvieran en el lugar. Concretamente en la zona de la Sierra del Solorio, el sabinar se extendería bastante más allá de lo que lo hace en la actualidad. Ello propició la construcción de lo que conocemos como corrales de barda mucho más al sur de lo que actualmente se encuentra el sabinar, muy al interior de la actual provincia de Guadalajara, y posiblemente también de la de Zaragoza.
Básicamente la primitiva vivienda neolítica consistía en un poste clavado en el centro de la vivienda. A una distancia que venía marcada por la longitud de las vigas que soportaban el techo se colocaba un zócalo circular de piedra, de una altura suficiente como para permitir deambular con cierta holgura en el interior. Las vigas se apoyaban en el poste central y en el zócalo de piedra por otro. Encima de ellas una capa gruesa de ramas de sabina (bardas), impermeabilizaba el conjunto.
El zócalo o pared era importante que fuese de piedra para resistir el empuje de las vigas del techo por una parte, y por otra para aguantar las inclemencias del tiempo (lluvias, nevadas, etc). En cuanto a la forma circular que les caracteriza, se debe a dos causas. La primera es el hecho de estar construido alrededor de un único punto de apoyo central, y la segunda, que precisamente por ello, con un mínimo de piedra se podía abarcar un máximo de superficie habitable.
En estas viviendas convivían personas y animales y estaban desprovistas de chimenea.
Básicamente este es el modelo constructivo de las pallozas que aún se conservan en la zona galaico-leonesa de Los Ancares, con la diferencia de que en este caso, la cubierta está confeccionada a base de paja de centeno, pero este tipo de cubierta es de origen medieval.
En el caso concreto de la Sierra del Solorio, el poste central se sustituía por una recia sabina o chaparro, que aseguraba la estabilidad al conjunto. Sin duda fueron así las viviendas de los que habitaron en el pequeño cerro de Peñarubia, Coronilla y otros asentamientos próximos.
Con el tiempo, las sociedades se hicieron más complejas cada vez. Se empezaron a necesitar edificios cada vez mayores, y por lo tanto fue necesario cambiar el modelo constructivo. Se abandonó por tanto la construcción circular en beneficio de la de paredes rectas, que por una parte permitían la edificación en cualquier lugar (ya no era necesaria la presencia de un árbol central que soportara el conjunto) y por otro, permitían una mayor superficie cubierta, a base de hacer las paredes con la longitud necesaria.
Finalmente, aunque en tiempos relativamente recientes, se separaron las viviendas de las personas de las de los animales y de esta manera, el modelo de construcción de lo que habían sido las antiguas viviendas quedó reservado a los animales, y poco a poco, exclusivamente a las parideras, dispersas por el monte.
Con el tiempo, estas parideras se fueron ampliando, haciendo ya las paredes rectas, y cambiando el techo de ramaje por otro de teja, más ligero y de más fácil mantenimiento. Poco a poco esta construcción circular se abandonó casi completamente, quedando las parideras tal y como las conocemos en la actualidad.
No sabemos cuando se empezaron a construir los corrales de barda en los alrededores de Iruecha, pero en realidad no importa demasiado. Lo que si sabemos es que su modelo constructivo es exactamente el mismo que empleaban nuestros antepasados neolíticos hace al menos 4.000 años y que sin variaciones perceptibles se mantuvo hasta bien avanzado el siglo XIX, lo que para un tipo determinado de construcción resulta de una longevidad impresionante.
Los pocos ejemplares, ya abandonados y medio arruinados, que a duras penas aún se mantienen en pie son testigos mudos de unos tiempos y unas formas de vida muy remotos, donde el reloj de la Historia parece haberse detenido. Es por ello que su conservación debería ser cosa de todos, pues representan un patrimonio etnográfico de un valor excepcional.